Hablar a un micrófono es difícil pero lo es más cuando sabes que del otro lado del dial te escuchan miles de personas. Esa es la sensación que experimentamos a diario quienes hacemos la radio, sin embargo el salto en el estómago, las sudoraciones, los nervios parecen desaparecer cuando, en el lugar que menos esperas, un desconocido te dice: yo te escucho todos los días, soy oyente de la emisora.
Se trata de la complicidad única que permite este medio de comunicación, de ahí que del otro lado, en las casas, trabajos o en un medio de transporte quien nos oye imagina rostros, tamaños, edades; construyen cuerpos para esas voces que los acompañan. Y aunque a veces no tengan mucho en común, se saben co-protagonistas de una historia de amor que es la del oyente y el programa.
No es una frase vacía esa que alega que: "para el público trabajamos" por eso se estableció el 19 de marzo como el Día del Oyente, justa manera de rendir homenaje a los que prefieren la Radio como compañía, instrucción, para soñar por el oído.
Los hay quienes llaman a diario, participan, transmiten sus inquietudes, felicitan por la calidad o dan ese "tirón de orejas" tan necesario a veces. Éstos, los oyentes de oro, lo son tanto como aquellos anónimos que aunque no mantengan comunicación habitual jamás apagan el aparatico y se lo llevan hasta para el baño, como me dijera hace poco una de las oyentes más queridas.
Sin dudas, la razón de ser del que hace la radio son nuestros oyentes, de ahí la voluntad de no cansarnos, de respetar al oído atento, de ser receptivos y de mejorar la obra que hacemos. No hay mayor satisfacción que la de encontrar, aún en el lugar menos pensado, a algún desconocido que te diga: ¿esa voz yo la he escuchado antes?...ah ya... ¡Tú trabajas en la radio!
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